Ayer viniste acompañada de él. Te
dolía la barriga, decías a los doctores y te ponías delicadamente la mano con
los ojos enrojecidos por las lágrimas.
Él no hacía más que mirarte y
acariciarte la cara, las manos y el pelo. De vez en cuando te mordía despacito
la oreja derecha. Eso te hacía sonreír un poco en medio de tus dolores.
Por fin pasaste a la consulta del
doctor Blanco. En realidad no te pasaba nada malo, simplemente que estabas
embarazada de una falta de un mes. Y no tenías ni la más remota idea de que te
sucediese eso. Sólo tenías dieciocho años y el mundo empezaba a sorprenderte
cada día.
Cuando te dieron la noticia, te
quedaste casi muda y luego empezaste a llorar desconsoladamente. Él te acarició
y te abrazó largo tiempo. Dijo que se ocuparía de todo y de que no te faltaría
nada ni tampoco a la criatura.
Tú continuabas en tu llanto. No
podías dar crédito a lo que te había sucedido. No imaginabas que aquella
historia iba a terminar de esa manera. Era tu amante desde hacía dos años y
jamás dejaría a su esposa por ti. Te habías convertido en madre de repente,
sola, sin el apoyo de nadie y él no se iría a vivir contigo. Ya tenía sus dos
hijas y una hermosa mujer esperando en su casa.
Tan sólo tenías dieciocho años y
un futuro que te asustaba en medio de tus dolores. Soñabas con ser abogada y
defender a la gente sin recursos por el bien de la justicia. Ahora todo ese
mundo estaba muy lejano.
Saliste del hospital con la
tristeza en los labios, y con muchas dudas por resolver. Él te cogía de la mano
y no dejaba de susurrarte al oído que te quería y te ayudaría en lo que
pudiera.
Pasaron dos meses y tu barriga
empezó a crecer. Los dolores se marcharon y una flor nació en medio de tu
ombligo. Al final te abandonó, nunca más quiso saber de ti; pero fuiste tan
fuerte que te propusiste luchar sola por la vida de tu hijo que empezaba a
florecer como las rosas. Era un niño precioso, bendecido por la vida, rosadito,
con olor a jazmines y tan despierto desde el primer momento que parecía que lo
sabía todo.
Un año más tarde, te vi en la
consulta del doctor Blanco. Ibas con el cochecito y en él una hermosa criatura
se reía como un loco sin dejar de mirarte. Estabas radiante y llena de vida.
Me dijeron que al final te
pusiste a estudiar Derecho, a pesar de la vida difícil que llevabas. Hoy te
recuerdo, Elvira, como una gran mujer que superaste un enorme bache y con un
hijo bendito en tu casa.
Imagen: San Juanito y el cordero, Murillo