-¡Levántate,
Carlos que llegamos tarde!
-Ufff, no
tengo ganas…tengo sueño…ve tú sola, que yo me quedo un ratito más.
-Me
prometiste Carlos que vendrías conmigo. Que me acompañarías…No me dejes otra
vez sola, tirada como una colilla en medio de toda esa gente rara, que apenas
conozco - dijo ella alarmada por completo.
-Pero a ti
te gustan…Ese tipo de gente “intelectual” que habla de filosofía y de arte
continuamente. Además tú eres una artista. Acabas de inaugurar tu propia
exposición…Yo sí que no entiendo nada de nada. Sólo soy un triste médico de
familia.
-¡Carlos, me
dijiste que me apoyarías, que pasarías más tiempo conmigo!
-Es cierto,
pero ahora sólo quiero dormir…Acabo de llegar hace unas horas. He estado de
guardia y esta noche precisamente no ha sido una noche fácil.- afirmó él de
mala gana.
-Está bien, quédate ahí, como siempre.
Y dando un
portazo como quién se lleva el alma al diablo, cerró la puerta del dormitorio y
Carmen se empezó a acicalar con sumo esmero. Pensó en su vestido verde
escotado, de seda…quizá demasiado atrevido para aquel acto. Algo un poco más
discreto. Buscó en el armario y encontró un traje pantalón chaqueta de hace un
par de años, de color marrón avellana. Con la blusa beige iría genial. Se puso
el maquillaje, los labios de un rojo suave, casi aterciopelado y la gabardina
gris para resguardarse de la lluvia.
¡Qué horror
de día, con esta lluvia de octubre, infinita, para caerse de bruces! - se lamentaba interiormente. -Y encima sola de
nuevo, ante las cámaras, los críticos y periodistas. Yo no quería ser famosa.
Me encanta la pintura y quería tener mi propia obra. Encima me obligó el idiota
de Samuel. Que si tendrás éxito, que tu estilo es único y futurista. Vaya
cabreo, futurista, pues si lo sé pinto un platillo volante…
¡Ostras!
Carmen, ¡qué negativa que vuelves a estar! Sabes que tienes que superar ese
miedo al público. Ahora eres una artista. Tu exposición ha sido un éxito y hay
mucha gente interesada en tus cuadros. Desde luego, que eres una auténtica aguafiestas-
pensaba una y otra vez.
La sala
estaba a rebosar. Gente guapa de Barcelona, con sus trajes de Armani y Adolfo
Domínguez. Periodistas, fotógrafos, cámaras…Carmen acababa de aterrizar ante la
mirada asombrada de todos. Acabó colocándose sus viejos Jeans de los fines de
semana y un jersey de cisne de color negro. Su sonrisa clara se derramaba tímidamente
por las paredes de la sala.
Carmen
llevaba una pequeña navaja en la mano y de repente empezó a rajar uno de los
lienzos de la pared lateral izquierda.
-Ohh!, pero
qué sucede…¡Socorro!
-¡Guardias
de seguridad, vengan por favor!
-Ehh Carmen,
¡qué te pasa, te has vuelto loca!. Unas pupilas de color gris ceniza se
clavaron con fiereza en los ojos llorosos de la artista.
Tuvieron que
cogerla entre tres para detenerla porque no hacía más que girar la navaja
arremetiendo contra aquel que intentaba pararla; pero ella se armó de valor y
lanzó el arma al aire clavándose en el cuadro más precioso de toda la galería:
“La Dama de azul”, como se llamaba. Representaba el intento de una mujer por
subir en la escala social del siglo XIX. Su vestido azul era un grito lanzado a
la sociedad encasillada y edulcorada de la España profunda. Su mirada clavada en la lejanía
representaba el símbolo de la soledad más trágica. En la mano llevaba un libro
de poemas.
No se sabe
lo que pasó poco después. La gente asustada por todo el alboroto, se fue
alejando del local. La policía llegó una hora más tarde. Carmen había
desaparecido y en el lugar no quedaban más que cúmulos de manchas y objetos
rotos, desportillados, lienzos desgajados, y sangre, mucha sangre…
Micaela Serrano
Imagen: Henry Matisse, "Mujer leyendo"
2 comentarios:
Me ha encantado... gracias por este buen rato
Amiga un relato dramático y con un muy buen estilo,...gracias siempre por tu cercanía y amorosas palabras, te deseo lo mejor...
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